―¡Parto de la buena fe de la
autoridad!, ¿por qué no? Salvo que tenga motivos para dudar de ella, no
veo por qué no creerle― argumentó con vehemencia, durante un taller
reciente sobre periodismo judicial, uno de mis colegas participantes.
―Cuando escucho algo así, entiendo por
qué, para la autoridad, no hay nada más fácil que hacernos creer a los
periodistas lo que queremos creer―, le respondí, soltándole un argumento
que, por eficaz, traigo siempre bajo la manga.
Las motivaciones de muchos reporteros
para «querer creer» son diversas. Por ejemplo, pereza mental,
dependencia de una fuente determinada, servilismo a una política
editorial, tiempo y recursos insuficientes para verificar la información
o imposibilidad de hacerlo en virtud de la opacidad institucional.