martes, 20 de noviembre de 2012

En la tierra hay ángeles

Por Juan Miralva

 
Foto: Blanca Padilla
Son muy poquitos pero existen, me encontré con uno en Iztapalapa; se llamaba Roberto, de casi ochenta años, chaparrito, muy serio, enojón, pero era un ángel. Vivía en el mero centro de la delegación, tenía un puesto de dulces en la puerta de su casa; los tarugos de tamarindo con chile, me hacían babear de antojo.

Don Roberto descubrió mi martirio y me invitó de su mercancía y de su conversación. Le conté que andaba en busca de trabajo, que estudiaba derecho en la UNAM y que necesitaba plata para rentar un cuarto donde quedarme. 
El, para mi sorpresa, me ofreció gratuitamente una de sus casas. Esa misma tarde me llevo al lugar. Era una vivienda enorme, bellamente pintada de azul cielo y con una regadera seductora que me hacía menospreciar los jicarazos de agua helada, con que me bañaba en mi pueblo.

A la semana siguiente don Roberto, me ofreció trabajo: “tengo un puesto en el mercado, te daré dinero para que lo llenes de frutas y verduras que comprarás en la Central de Abasto. Tú lo vas administrar, para ti serán las ganancias, lo único que te pido es que estudies mucho, sé que eres una buena persona y que mi dinero estará bien invertido”.

Así me hice comerciante, cada amanecer llegaba con mi diablito a la Central y lo cargaba de plátanos, sandias , uvas, guayabas y demás frutas y verduras que hacían de mi puesto el más surtido del mercado de Iztapalapa.

Al principio mis ganancias eran jugosas, pero mi bondad hacia las mujeres, que me hacían ilusionarme con sus besos y caricias, me llevaron a la quiebra. Cambiaba sonrisas femeninas por frutas de temporada. Esto, aunado a mi ferocidad con que devoraba mis aromáticas guayabas, mis jugosas sandías, mis coquetas uvas, hicieron de mi empresa un fracaso. 

Don Roberto se dio cuenta. Era yo un caso perdido y ya no quiso seguir apoyando los despilfarros de un don Juan desnutrido. Comprendí su decisión y emprendí la retirada, para aprender a sobrevivir sin un ángel terrestre, como el que acarició mi vida en Iztapalapa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Son bienvenidos todos los comentarios, pero le agradeceremos que los haga sin utilizar palabras soeces. Cualquier mensaje que contenga una palabra soez será bloqueado. Nos reservamos el derecho de retirar cualquier comentario que incluya palabrotas, excepto cuando se usen como interjección.