Por Cuchillito de Palo
Celebrar el inicio de la lucha por la independencia junto con un gobierno que criminaliza la protesta social y les resta méritos a los héroes nacionales es una contradicción. Por eso al zócalo acuden cada vez menos pueblo y más acarreados.
Celebrar el inicio de la lucha por la independencia junto con un gobierno que criminaliza la protesta social y les resta méritos a los héroes nacionales es una contradicción. Por eso al zócalo acuden cada vez menos pueblo y más acarreados.
En su afán por
“desmitificar” a nuestros héroes, los historiadores al servicio del gobierno
confunden y desmotivan a la población.
Contrario al honor
que merecen los valientes que dieron la vida por darnos un mejor país, de 1993
para acá se han difundido “verdades históricas” como que Hidalgo no gritó ¡Viva
la independencia! sino ¡Viva Fernando Séptimo! (el rey de España en aquella época).
La historia oficial
pretende hacernos creer que “da lo mismo ser derecho que traidor”, como en
Cambalache, el famoso tango.
La hipótesis de
Salmerón es que estos historiadores gobiernistas, los primeros en dar por buena
la “verdad histórica” del ex procurador de la República, Jesús Murillo Karam,
sobre el caso Ayotzinapa, “pretenden descalificar todo aquel momento en el que
el pueblo toma el presente en sus manos”.
Para ellos, “todo
momento en el que el pueblo actúa directamente, de manera colectiva, en la
historia tiene que ser descalificado porque se traduce en desastre, sangre y destrucción.
”Exaltan, en cambio,
el momento en el que un gobierno autoritario logra excluir al pueblo de la toma
de decisiones, por eso ahora están tan emocionados con Porfirio Díaz”, sostiene
Salmerón.
Ejemplo de este tipo
de historiadores son Luis González de Alba con su libro Las mentiras de mis
maestros, “un libro lleno de mentiras” a decir de Salmerón y Héctor Aguilar
Camín con Después del milagro, “donde se dice que México ha progresado gracias
a una élite ilustrada a pesar de un pueblo retrógrado, insensible y
oscurantista”, ha comentado el historiador.
ste tipo de
historiadores está dispuesto a justificar la criminalización de la protesta
social y los terribles saldos que ésta ha cobrado en los últimos años, desde la
masacre de Acteal y la represión de Atenco hasta los 43 estudiantes
desaparecidos de Ayotzinapa.
Utilizando los medios
de comunicación, el poder combate la protesta social porque es un relato
alternativo al instituido, una forma de romper con el esquema, de acuerdo con
el doctor en estudios latinoamericanos, Mario Bravo Soria.
Desde los medios
oficiales y oficiosos “se vilipendia y criminaliza al sujeto que protesta con
el objetivo de aniquilarlo y cortar sus posibles vínculos con el resto de la
sociedad”, advierte Bravo Soria.
A esto lo llama
contrainsurgencia simbólica y ésta no persigue otra cosa que, gracias al miedo,
legitimar los procesos represivos hacia quienes han transgredido el orden al
manifestar públicamente su rechazo a lo establecido.
Quienes protestan son
presentados como agitadores indeseables, causantes de desorden y pérdidas
económicas, destructores de la paz y el progreso.
Por eso el gobierno
no puede permitirse honrar a personajes como Hidalgo, Allende, Morelos y
Guerrero y hacen todo por reducirlos a la posición de simples alborotadores
para minimizar sus actos heroicos.
Esta es otra razón
para no celebrar, junto con este gobierno,
una independencia que se logró gracias a una movilización popul
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