¿Dependencia, violencia y dolor?, en nosotras está ponerles fin

 Por Blanca Padilla

Por qué hay mujeres que se siguen sintiendo privilegiadas al comentar que su esposo: “no me deja trabajar”, “es que me acostumbró a que él trae el dinero”. Por qué sigue habiendo mujeres que sienten que eso es una muestra de amor, aunque el esposo siempre se vaya a “trabajar” fuera, por quince días o un mes, y sólo les mande migajas o nada. 

Por qué sigue habiendo mujeres atenidas, mujeres dependientes económicamente, mujeres que piensan que su papel en la vida es encontrar quien las mantenga, aunque las mantenga en la miseria y encima las maltrate a ellas y a sus hijos. Aunque viva mal.

Por la cultura, por esa carga cultural de veinte siglos, nutrida por normas sociales y religiosas, que pesa sobre nosotras y que inconscientemente seguimos reproduciendo.

Esa forma de ser, heredada de nuestras abuelas, es lo que nos impide pensar que es posible otra forma de vivir, más humana, más equitativa y con mayor grado de felicidad y autorrealización para ambos géneros, a pesar de ver que otras mujeres la han superado o luchan por ello.

Pero, seguimos sometidas, también por comodidad. La libertad es una responsabilidad que no es fácil asumir. Implica soledad, señalamientos de esa misma sociedad enferma, mucho trabajo y mucha valentía, entre otros requerimientos.

Vivimos mal, pero no tenemos que trabajar, no tenemos que pensar, no tenemos que movernos, sólo esperar lo que venga, y como venga, hasta el día en que nuestra vida llegue a su fin por razones naturales o consecuencia final del maltrato constante que permitimos por años y años.

No valoramos la vida en toda su dimensión, hemos aceptado vivir de una manera impuesta hace cientos de años, ya no sabemos ni por qué o por quién, pero pensamos que así debe seguir siendo, aunque estemos infelices e insatisfechas. Y nadie nos sacará de vivir así si no lo hacemos nosotras. ¡Despierten, mujeres! La vida es acción.