sábado, 3 de abril de 2021

La permisividad, los atavismos y las dudas salen muy caras, nos cuestan la vida

 Por Blanca Padilla

Asesinatos de mujeres, una noticia que se repite día con día en todos los medios. 

Y tal parece que desde los medios y desde el Estado y las ONG sólo podemos dedicarnos a contabilizar muertas, pero no podemos hacer nada para evitar que esto ocurra.

Se investigan las causas, pero no se hace mucho para que estos casos se erradiquen. Académicas como Rita Segato, atribuyen estos crímenes a un deseo de ciertos hombres por demostrar su poder. Para ellos las mujeres no son más que territorio de conquista.

Especialistas como el español Andrés Montero Gómez piensan que los hombres matan a las mujeres cuando estas transgreden el orden social establecido y ellos piensan que no deben admitirlo, porque se creen con una legitimidad, conferida por la sociedad y la religión, agregaría yo,  para someter a la mujer.

El agresor piensa que tiene derecho a someterla, a corregirla como persona, porque tiene superioridad moral sobre ella. Y en este entendido, el asesinato de la mujer en violencia de género representa el fracaso del agresor para someterla.

Es posible, las dos tesis me parecen plausibles, pero qué hacen las mujeres mientras tanto. Qué valores o aprendizajes ponen en juego para no ponerse en estas circunstancias o para liberarse de ellas sin salir dañadas.

¿por qué no se liberan antes de que una relación tóxica acabe con su vida!, como esperamos quienes tenemos una visión progresista, recordando la tesis del Tratado de la servidumbre voluntaria de La Boétie.

“Lo que es sorprendente no es que la gente se rebele, sino que no se rebele más”, dice La Boétie.

Y, en este sentido cabe preguntarse ¿cómo se comporta la mujer en general y en sus relaciones de pareja? ¿Como una mujer realizada, completa y capaz de enfrentar la vida o como niña desvalida, como un objeto inanimado, sin voluntad?

Montero Gómez también señala que más del 80% de los feminicidios se producen en el contexto de una eventual ruptura de la pareja, propiciada por la mujer, en un afán por liberarse.

Sí, pero los asesinatos también se dan porque la mujer vacila, no tiene la suficiente seguridad de poder sobrevivir o de estar actuando correctamente cuando huye de su agresor; de irse para no volver bajo ningún pretexto. Porque tal vez incluso se ha vuelto adicta al dolor. Como dice una reciente canción de Kani García: “Culpa del hombre, pero también mía”.

Por otro lado, tenemos la escasa o nula protección de un Estado que, en teoría, debería garantizar la seguridad de todos los ciudadanos, pero ya no garantiza nada.

¿Y por qué hay indecisión en las mujeres? Por su baja autoestima y por la dependencia económica y afectiva a las que las ha condenado culturalmente la sociedad, que obviamente no apoya sus procesos de independencia y vuelven con su agresor.

Muchos de los asesinatos ocurren después de una denuncia por maltrato o después de una demanda de divorcio, porque la víctima regresa por cualquier razón al hogar o a la relación. Un caso emblemático lo conocimos en México el año pasado con Ingrid. En España todos voltearon a ver el tema luego del caso de Ana Orantes.

Sólo una reeducación, tanto de hombres como de mujeres, puede evitar en el futuro más asesinatos. Estos no se evitarán con leyes ni con más vigilancia. Sirven, pero mientras sus preceptos no sean asimilados y reproducidos por la sociedad seguirán repitiéndose patrones ancestrales.

Y la violencia o el abuso, vengan de donde vengan, sólo podemos vencerlos si tenemos suficiente amor propio, si no somos permisivas y si tenemos independencia económica y emocional. ¡Despierten, mujeres! Hay mucho por aprender y defender. En especial, la vida.

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